miércoles, 25 de agosto de 2010

TAILANDIA. 15 DÍAS DE EXPERIENCIAS....


21 de julio de 2010. MADRID.

Por fin el ansiado viaje a Tailandia. El vuelo sale a las 9 p.m. de la mañana y la escala es en Amsterdam. Allí estamos 3 horitas y salimos a Bangkok. Pero…los planes sufren un pequeño cambio debido a nuestros amigos controladores de Francia, que están en huelga. El vuelo sale con retraso de más de media hora. Pero no contentos con eso el comandante del avión nos dice que vamos a tener que dar un rodeo para ir a Amsterdam, ir a A Coruña, desde allí a Londres y de Londres a Amsterdam. El caso es joder, no contentos con volcarnos los camiones, encima nos cierran el cielo francés. Con el retraso y la vuelta que dimos llegamos a Amsterdam con el tiempo justo de sacar la tarjeta de embarque y embarcar. Al llegar a la puerta de embarque de la China Airline, me dio la sensación de estar metido en el casting del actor secundario para la próxima película de Van Damme. Todos con los ojos rasgados y mirándote como con mala leche. Yo iba a Bangkok pero el vuelo luego seguía hacia Vietnam y luego a Taipei, así que el ojo rasgado era lo que se llevaba. El avión era un bicharraco de narices. Dos pisos, una fila de tres asientos, otra de cuatro y otra de tres. Era más grande que la casa de Norma Duval. He de reconocer que yo lo más lejos que había ido en avión hasta hace unos años era Toledo, así que esta clase de aviones para mí eran una novedad. También era la primera vez que veía una azafata asiática. Son iguales de simpáticas que la china que te vende rosas pero estas llevaban uniforme. Comienza mi tortura en el momento que sé que el vuelo va a durar 10 horas y 55 minutos y veo que la distancia que hay entre asientos es menor que la que hay con la persona de delante cuando bailo Paquito el Chocolatero. Empiezo a hiperventilar. Encima no me toca ventanilla. Levamos dos minutos de vuelo y ya no sé como ponerme. Me consuelo sabiendo que sólo me quedan 10 horas y 53 minutos. Me digo: “Víctor, hay que buscar un entretenimiento” Ya está. Empiezan a proyectar una película. Veo tres cuartos de la pantalla. Me pongo los auriculares. Doblaje en inglés y chino, pero tengo el problema que os podéis imaginar, efectivamente. No sé inglés, y ver “Liberad a Willy 2” en chino pues no me apetecía. Además ya había visto la primera parte en filipino y no me convenció, así que intento dormir. Logro poner las piernas de tal manera que las chinas-azafatas no tropiecen con mis pies o me aplasten con el carrito de las bebidas. A los 17 minutos me duele el cuello, las piernas, la espalda y una ceja. A mi chica que mide menos que yo le pasa lo mismo. Nuestro compañero de fila duerme como un niño pequeño. Le pellizco para ver si es real y no se queja. Entonces confirma mis sospechas, es de atrezzo, de cartón-piedra. Hora de comer. Llega la azafata con el carrito y nos dice: “Chicken rice or Spandau Ballet” y yo en cuestión de comida lo único que me sonaba era lo primero. Arroz con pollo al limón, macedonia de frutas, ensalada de gambas con cebolla y cilantro, un trozo de tarta de chocolate y un vasito de 7 cl de coca-cola. Todo eso era chicken rice, y sí, todo eso cabía en la bandeja. Y claro, yo me preguntaba que si todo eso cabía en la bandeja, a lo mejor se iba más a gusto sentado en ella. No lo intenté. Quedaban sólo 9 horas de viaje y ahora tocaba una película de Jennifer Aniston. Me puse los cascos sólo por saber como hablaba la Jennifer en chino. Igual que la Duquesa de Alba. La niña de al lado puede tumbarse en el asiento, darse la vuelta, estirarse y hacer el pino puente. Ya estamos llegando, quedan 7 horas, y en la pantalla toca “Furia de Titanes”. No puedo con mi vida e intento dormir, pero no hay manera, así que ajo y agua y esperar a que aterrice el bicho.


22 de julio de 2010. BANGKOK.

Por fin, Bangkok. Bajamos del avión y una mano ficticia o real, no lo sé, nos da un bofetón de calor y humedad bochornoso. Y ahora toca enfrentarnos a otra cultura, otro idioma, otra gente, otro todo. Carteles que no entiendes y aunque les pongan a la en inglés tampoco los entiendo. Cogemos el equipaje y cambiamos algo de dinero para el taxi. Según tenía entendido tú les decías a una chica donde ibas y ella te daba un resguardo con los datos del taxista y lo que tenía que cobrarnos, pero más tarde me di cuenta que los taxistas hijos de puta en Tailandia también existen y el cabrón se quedó el resguardo. Resultado: nos cobró el triple de lo normal. Primer timo. El taxi y el taxista merecen capítulo aparte y así va a ser.

“El taxi y el taxista”

El taxi de este señor era el equivalente al taxi-patrio de aquí. En la bandeja trasea lleva unos tissues en una caja de forja dorada con motivos orientales, que no sabías si iba a salir un tissue o una galleta de la suerte. La luna delantera todavía tenía algún hueco por donde ver la carretera ya que entre pegatinas de la ITV, las pegatinas de los monjes budistas y alguna que otra del Rey, el hueco era más bien escaso. A mitad de camino el tío saca una coca-cola con pajita y le echa un trago. Más adelante me doy cuenta de que en el parasol del copiloto en vez de llevar las multas y las facturas de gasolina, este hombre lleva un paquete de pajitas. En el techo lleva algo escrito en tailandés y a mí me recuerda al servicio de los bares que escriben con la llama del mechero. El pomo de la palanca de cambio es de color fucsia, del mismo color que el taxi por fuera. En el retrovisor lleva un megacollar de flores. Yo por el retrovisor iba viendo al principio que se quedaba dormido y en más de una ocasión estuve a punto de darle un toque, hasta que ya llegando al hotel me di cuenta de que tenía los ojos así, muy cerrados. Por último la maleta no la metió en el maletero sino que la subió en el asiento delantero, y viendo como tenía el coche por dentro no quise saber como o qué o quién llevaría en el maletero.

Fin de “El taxi y el taxista”

La primera impresión que te llevas de Bangkok es calor, tráfico, vallas publicitarias enormes, y el contraste de riqueza y pobreza.

Al lado de un hotel enorme de 1000 plantas hay una casa de madera que con un estornudo vuela. Llegamos al hotel con malestar en general. Tras casi un día sin dormir, el vuelo, el calor, etc, estamos con pocas ganas de hacer algo y mucho menos ver nada, pero vamos a estar poco tiempo y hay que aprovechar. Dormimos un par de horas y nos vamos a ver el Palacio Real. Cogemos un barco en el muelle que hay al lado de la estación del Skytrain, Saphan Taksin.


¡Allá vamos Bangkok!
Allí nos quieren volver a timar pero todavía no toca. Nos quieren vender por 150 bahts (40 bahts = 1 €), un billete para un día entero, pero nosotros le decimos que solo queremos un viaje, y al final nos sale por 25 bahts. (El baht no es la moneda que usa bahtman como piensan algunos). Nos bajamos en el muelle correspondiente al Palacio Real. De camino a él, pasamos por una acera muy estrecha salpicada por mil pequeños puestos que vendían de todo. Y cuando digo de todo es de todo, y sino preguntar a mi novia por el puesto de dentaduras postizas. El olor de la comida, el calor asfixiante y demás factores hacen que cada vez nos pongamos de más mala leche, es más durante 5 minutos cortamos nuestra relación de la mala leche que teníamos. Por fin llegamos al Palacio Real.
Casa del servicio del Palacio Real

Un montón de tejados brillantes en los que predominan los dorados y los rojos, y todo ello salpicado con muchos espejitos. Budas dorados, guerreros, dragones, etc. Todos ellos con formas muy retorcidas excepto los budas que se representan en su habitual posición sentada con las piernas cruzadas.

Casa de invitados del Palacio Real
La vestimenta es muy rigurosa y prácticamente no dejan que se vea nada de carne. O sea, tirantes, pantalones cortos, minifaldas y cosas por el estilo nada de nada. Para poder entrar te alquilan las prendas. Yo que iba en bermudas pues me tuvieron que dejar un pantalón con cordones, no eran de Versace pero… que remedio. 200 bahts por cada prenda. Ahora, a mi novia que iba con tirantes y pantalón corto la pusieron de lo más “sexy”: blusa rosa palido y falda larga de tuvo en color burdeos. Parecía una gitana de las que venden lotería en la Puerta del Sol. Aunque en honor a la verdad, yo con el pantalón verde botella parecía un jardinero del ayuntamiento. Las 3 de la tarde y calor es asfixiante. Nos vamos al hotel. Cogemos por primera vez un tuk-tuk. Después de negociar el precio, 150 bahts, subimos a aquella máquina del infierno. ¡¡Y nosotros nos quejamos del tráfico de Madrid y de cómo conducen!! Ja-ja. Para este hombre la muerte no existía. Ni la muerte ni los semáforos ni la raya continua, nada. Al averiguar que somos de España sonríe: “Oooh, World Champion, Iniesta, David Villa” Luego si quieres nos tomamos un café y charlamos de fútbol, pero ahora mira a la carretera. De repente empieza a caer la del pulpo. 90 litros por centímetro cúbico en un minuto. A el tukutukero se la suda, él sigue a la misma velocidad y no cambia sus hábitos. Yo empiezo a buscar en aquella atracción de feria un par de remos por si acaso. Entramos en la calle de nuestro hotel y pienso que estamos cerca, así que le digo al buen hombre que pare: “Stop here”. Pero ¡ay pobre de mí!, nos queda un buen trozo para llegar y cada vez diluvia con más fuerza y sin pinta de parar, así que andando al hotel y que sea lo que Buda quiera. Y Buda quiso que siguiera lloviendo. Después de colgarnos al sol y secarnos, nos echamos una buena siesta para prepararnos a la noche. Primera noche en Bangkok y vamos a cenar a un restaurante típico thai, Pizza Hat. Una pizza, unas alitas y listo. Esa noche tocaba el mercado de Patpong. Un mercado que, como la mayoría de los mercados en Tailandia, tiene de todo. Es de los más caros de los que hemos visto. Esta situado en una calle en la que a los lados está repleto de bares y de locales de un ambiente “especial”. Acabas un poco de la cabeza porque hay dos tipos de personas que te “atacan”: los dependientes de los puestos, “hello, hello, Lacose, Ralph Lauren, Billabong, Hugo Boss, Lotería de Navidad” y luego los relaciones públicas de los bares, “Ping-pong show, banana show…” ¿Ping-pong show? ¿Tan mal le fue a Don Ping Pong en el Barrio Sesamo? Pobre hombre donde ha acabado. Aquí llegaron nuestros siguientes timos. Pantalón ancho de algodón para mi novia 5 euros, imán de nevera para mí, 2,5 euros. Que un iman de nevera te cueste la mitad que un pantalón no tiene precio. Por hoy ya está bien, Bangkok nos ha castigado con su clima y su caos, y el mercado con su ajetreo y sus timos.


23 de julio de 2010. BANGKOK.

Toca madrugar. Todavía estamos con la empanada horaria, pero la predisposición es distinta a la de ayer. A las 8 estamos quitándonos las legañas y subiendo a desayunar. El restaurante está en un 10º piso junto a la piscina. Buffet de comida thai y algo de europea (salchichas, bacon, huevos revueltos). Cogemos de nuevo el Skytrain, nuestro hotel, el I Residence Silom, está al lado de la estación Chong Nonsi, que tailandés significa…bueno cogemos el Skytrain hasta el muelle para allí coger el barco que nos llevará hasta Chinatown. Allí contratamos una lancha de proa larga que nos dará un paseo por los canales.

Timo-crucero por Bangkok, no hay mercados flotantes ni terrestres
Llegamos a un acuerdo para ver una granja de orquídeas y un templo por unos 1.200 bahts cada uno o sea 30 euros. Pensábamos que por los canales que pasáramos habría algún mercado flotante pero no. El recorrido consistía en ir un trozo por el río Chao Praya y luego nos metíamos por unos canales en donde lo único que vimos fueron casas destartaladas al borde de los canales, mucha mierda en el agua, y algún que otro templo o escuela.
De lo más lujoso en los canales

Lo único digno de mencionar fue una especie de dragón o lagarto que iba nadando, que tenía pinta de que si te caías al agua te comía hasta los empastes. Tras una hora de ir por los canales, y no ver nada interesante llegamos a la granja de orquídeas. Nos consuela ver que no somos los únicos tontos y que hay seis o siete rubios anglosajones en la misma granja. Debía haber como dos o tres orquídeas en flor y el resto únicamente eran hojas verdes.
Granja de orquideas, más verde que orquideas.

Pues ala, eso es todo. Nos tomamos dos cokes, 40 bahts, y de vuelta a la lancha. La vuela es lo mismo pero por otro canal y con distinta mierda, con otras casas destartaladas y con casas ya caídas. Al poco de volver al río paramos en un muelle que da acceso al Wat Arun.

Visita express al Wat Arun

El conductor nos advierte que tenemos 10 minutos para verlo. ¡Será desgraciado el tío! Nos dio tiempo a darnos una vuelta, hacernos la foto, y comprar agua. No se nos ocurrió entrar porque lo mismo el fulano se larga, nos deja allí y tenemos que soltar otros 30 eurazos para que nos lleven a la otra orilla. Desembarcamos del “maravilloso” crucero de placer en Chinatown. Si Bangkok de por sí es un caos, Chinatown es Madrid, Barcelona, México D.F. y Bangkok metidos en cinco metros cuadrados. Nos metemos en un mercado atestado de gente. La calle no tendría más de cuatro metros de ancho y por allí entraban las motos cargadas con cajas, sacos, etc, como si tal cosa. Andabas listo o te cogían, te echaban a la moto y te vendían a granel. Por mí novia no sacarían mucho al peso pero por mí sacarían para vivir tres generaciones. Nos perdemos. No sabemos salir de aquel infierno todo lleno de ojos rasgados que no hacen más que decirte “hello, hello”, a la vez que te señalan sus productos, bisutería, comida, zapatos, bolsos, camisetas, souvenirs, etc. Tras esquivar a siete motoristas-repartidores-suicidas, damos con la calle principal. Una calle con unas aceras minúsculas, de hecho nos movíamos casi siempre por la calzada. Una calle donde de las fachadas sobresalían carteles a cada cual más grande, todos en letras chinas. Al igual que en toda Tailandia los cableados son alucinantes. Cientos miles de cables colgando de un poste a otro. Me imagino que el día que haya una avería eléctrica llamarán al ejército. Llegamos a una calle en la que predominan las tiendas dedicadas a la compra-venta de oro. Con lo barato que es todo aquí bien un gitano y se vuelve loco, se lleva hasta los pomos de las puertas. Aún llegando a la calle principal seguimos perdidos, así que cogemos un taxi que nos lleve al Wat Pho, en donde se encuentra el famoso Buda reclinado, tumbado o echado.
El Buda echado la siesta

Una estatua de un buda echado la siesta de 46 metros de largo y 15 de alto. Porque si fueran 46 de alto y 15 de largo estaría de pie. Las fotos son imposible que salgan perfectas porque al ser tan largo el final del buda sale oscuro, así que haremos un corta y pega de dos fotos y listo. Una vez llegas a los pies del buda regresamos por la parte de atrás del buda (que mal ha sonado) y venden unos cuencos por 20 bahts con monedas, que se van echando en unos cuencos situados en la pared a lo largo del pasillo.

La parte de atrás del Buda...
Una moneda por cuenco para que te de suerte y que el buda te ayude en tus quehaceres diarios. Se me olvidaba, antes de entrar se nos acercó un tuktukero. El “buen” hombre nos dijo que a las 13:30 cerraban el templo, pero que él nos podía dar una vuelta y enseñarnos muchas cosas bonitas de Bangkok. Yo le dije que me iba a arriesgar y me iba a acercar a la puerta por si estuviera abierto, total eran 20 metros lo que teníamos que andar. ¡Qué suerte la nuestra! El templo estaba abierto, como me imaginaba. En todos los foros y guías es uno de los timos más frecuentes que cuentan: “Temple is closed” Estábamos hechos polvo y con ganas de terminar el templo del buda espanzurrado para ir a echar una siesta, sobre todo mi novia que estaba cansada, muy cansada, hipercansada, SUPERCANSADA. Pero, ¡oh sorpresa!, una vez en la calle mi novia debió ver u oír un buda que le dijo algo e hizo desaparecer el cansancio en ella. Nos disponíamos a coger un taxi hacia el hotel, ya eran las 15:00, cuando apareció el buda reencarnado en tuktukero. Traudzco: “Os llevo a ver al Buda de la Suerte, luego a una joyería, (zafiros, rubíes, esmeraldas y plásticos), luego a la mejor casa de trajes a medida y para terminar os dejo en el MBK (los grandes almacenes), y todo ello por la increíble cifra de 30 bahts los dos” . Yo convencido de que mi chica diría que no, sigo caminando en busca de un taxi al hotel. Pero no, mi novia dice que ya que estamos en Bangkok, que hay que aprovechar. Evidentemente es mi novia y la quiero un montón, por eso seguimos juntos, porque esto me lo hace un amigo y me voy a esperarle con un mojito a la piscina del hotel. No sé si esto considerarlo un timo o varios timos, el caso es que allá fuimos. Primera parada. Buda de la Suerte, Lucky Buda. Un templo semejante a los muchos que hay por Bangkok. A la puerta se encontraba un monje de los de túnica naranja escribiendo algo o llevando la contabilidad de los donativos. Nos invita a pasar. Según nos estamos descalzando ( a los templos hay que entrar descalzo ), nos aparece el primer actor secundario. “Coño, ¿qué tal?, ¿venís a ver al Buda de la Suerte? ¿De dónde sois?” “Somos dos pringadillos de España” “Hombre, España, Campeones del Mundo. Pues Bangkok es muy bonito, pero si queréis comprar joyas buenas buenas, id a The Oscars, son los mejores. Tienen zafiros, esmeraldas, rubies… (¿Dónde había oído yo eso?), mira, mira, yo me he comprado uno.” Nos enseña un anillo con un rubí más falso que Tita Cervera. Entramos en el templo vacío por completo. Dentro había un buda de plástico que no era ni dorado. Ante tal panorama nos vamos. Antes de salir entra en escena el segundo actor secundario. Vestido más o menos elegante nos saluda: “Hola, ¿de dónde sois?” “De España (si ya lo sabes porque te lo ha dicho el otro, ¿pa qué preguntas?) “¡España!, Campeones del Mundo. Yo soy abogado en Phuket, y estoy de luna de miel y mañana me voy a Australia. Pero si queréis joyas, ir a The Oscars, es lo mejor. Yo me he comprado un rubí que flipa en colores (Nota: la traducción puede no ser literal) , mira, mira” Yo creo que es el mismo anillo que tenía el otro pollo o parecido, “y si quieres trajes a medida iros a esta otra tienda”. Desgraciadamente no recuerdo el nombre de la tienda, lo siento. Volvemos con nuestro amigo tuktukero, que durante el trayecto nos repitió 87 veces: “Vosotros mirad, compréis o no compréis. 15 ó 20 minutos. Gasolina gratis para mí.” Siguiente estación: la famosa The Oscars. Según llegamos a la puerta nos recibe una especie de botones que nos abre la puerta como si fuéramos a gastarnos 1000 euros cada uno. En ese momento me siento cual traficante de armas que va a ver el género. Entramos en la tienda y había como siete u ocho dependientas esperándonos, la tienda vacía. Tras mirar las esmeraldas y zafiros y demás piedras preciosas, y hacer ver que no habíamos visto nada igual en nuestra vida, volvimos al dichoso tuk-tuk. Subimos, y nos vuelve a repetir la misma cantinela: “Mirar, comprar o no comprar…”Que siiiii, pesado. En la tienda de los trajes nos recibe un dependiente que parece estar sacado de una película de Bollywood. Cola de caballo, con tres pelos cayéndole por la cara, barba de tres días, y camisa y vaqueros ajustados. No era el prototipo de dependiente que tenemos en España, más bien de relaciones públicas de una discoteca. Nos sienta en una mesa y empieza a sacarnos catálogos de trajes para chico y para chica. Bueno, trajes, camisas, corbatas, calcetines y tangas. No sé por qué, ni cómo, el caso es que cuando me quiero dar cuenta me encuentro mirando telas para hacerme 3 camisas a medida por 70 euros, y mi novia haciendo lo propio con un vestido que había visto en el catálogo. Salimos del trance y de la tienda tras estar casi media hora mirando catálogos. Hasta las narices de ir de compras con el tuk-tuk, le decimos al tuktukero que no hace falta que vayamos al MBK, que total ya había conseguido su gasolina y nosotros ya estábamos cansados, y le pedimos que nos lleve al hotel. La respuesta es que está muy lejos y que cojamos un taxi. Estuve a punto de volcarle el trasto del demonio. Por 1 euro nos lleva un taxi al hotel. Hotel dulce hotel. Siesta hasta la hora de cenar. Esa noche vamos a cenar a un italiano que nos recomienda la guía el Scoozi. Encontramos el restaurante y nos damos cuenta que tenemos que adelantar horarios. Llegamos a las 22:00 y a las 22:30 cierran, así que cuando llegamos salían las únicas 3 personas que había y jodíamos a los 6 camareros que había. La cena fue de la siguiente manera: carta, pizza, comer, cuenta y adios. Todo en 7 minutos y 22 segundos. Tras la cena-express. Cogemos un taxi que nos lleva al Lebua State Tower, un hotel de 250 metros de altura en donde se encuentra el Sirocco en su azotea, un bar de copas desde el que se ve todo Bangkok o casi todo. En el hotel se encuentran alojados unos amigos de luna de miel, pero no logramos localizarlos. Probamos suerte por si se encuentran en el Sirocco. Al bajar del taxi nos recibe una thai muy elegante que me dice que dónde vamos. “Al Sirocco, hija, a tomarnos unos pelotazos” Nos mira de arriba abajo y me dice: “Don´t chanclas, sorry. Buy shoes y Patpong Market” Ni a mi me gusta tu cara, vete a la mierda. O sea que me hago tropecientos mil kilómetros y vengo con las piernas destrozadas para que me aparezca la primera recepcionista de tres al cuarto y me diga que no le gustan mis chanclas, pues bien bonitas que son, me costaron 24 euros en la Puerta del Sol, 24x40= ¡¡940 bahts!! A falta de copas bueno es un masaje tailandés a 300 bahts la hora. El ritual comienza por el lavado de pies. Menos mal que me había duchado antes de salir que sino el masaje se lo tengo que hacer yo a la chica, pero cardiaco. Me quito las chanclas y la chica no puede reprimir su comentario: “Por buda, ¡que chanclas más bonitas!” “¿A que sí?, pues en un bar no me han dejado entrar con ellas”. El lavado de pies nos produce a los dos cosquillas y nos reímos como niños pequeños. Nos dan unas zapatillas y nos suben a una habitación llena de colchones en el suelo y separados por cortinas de mimbre. Nos ponen en dos colchones pero sin separar por la cortinas y aparecen las dos masajistas que nos mandan tumbar boca arriba (mouth-up). Todo esto bajo una luz muy tenue y una música relajante. A medida que pasa el tiempo las caricias se vuelven golpes, pero golpes fuertes y apretujones en muslos, rodillas, brazos, etc. Mouth-down, boca abajo. Lo mismo que lo anterior pero mirando abajo y mordiendo la almohada. En un momento dado mi masajista se pone de la siguiente manera: rodillas en mis glúteos o nalgas y puños en mis hombros y haciendo presión. Pensé que tenía que hacer el resto del viaje en silla de ruedas. Después de una hora con más golpes que una película de Steven Seagal, salimos como nuevos. Logramos hablar con nuestros amigos y quedamos con ellos a la puerta del hotel para tomar algo en su habitación. ¡Qué alegría!, alguien con quien hablar español y contarles que no hemos pasado más calor en nuestras vidas, que el viaje ha sido matador y que no me han dejado pasar con mis superchanclas al Sirocco. Entramos en el hotel esta vez sin problemas ya que íbamos con clientes. Yo me descalzo y doy palmas con mis chanclas delante de todo miembro del personal con el que me cruzo. Nuestros amigos se encuentran alojados en el piso 53 del hotel. Yo no es que sea un experto viajero, ni tengo mucho mundo, pero habitación como aquella no la había visto en mis 36 años. Algún apartamento si había visto parecido. Y unas vistas desde la terraza espectaculares. Todo Bangkok iluminado delante nuestro y a los pies del hotel el río Chao Praya, que de noche es más bonito porque no se ve la mierda. Mires por donde mires se pierde la vista mirando lucecitas.

One night in Bangkok
Nos acompañan a ver la piscina, que aunque esté cerrada se puede ver y es impresionante. La piscina pasa literalmente por debajo del hotel y sobresale de la base unos 4 ó 5 metros. Te estas bañando y encima tuya tienes una torre que impone. De hecho mis amigos nos contaron que a la entrada te hacen firmar un papel que exculpa de cualquier responsabilidad al hotel si te da por asomarte más de lo debido por la barandilla de la terraza, es decir que si intentas tirarte a la piscina desde el piso 53 y el salto no sale como esperabas, el hotel se lava las manos, en la piscina por supuesto. “¿Taxi?” “Sí, al hotel, que mañana partimos al norte, pero 100 bahts, no más”.


24 de julio de 2010. BANGKOK-CHIANG MAI

Nuestro vuelo sale a las 13:00 con destino a Chiang Mai, nuestro siguiente destino. Nos levantamos sin agobios, desayunamos, recogemos la habitación y bajamos a recepción para hacer el check-out o lo que es lo mismo el “que nos vamos ya”. Cogemos un taxi con taxímetro y el taxista nada más de montar nos ofrece 400 bahts por llevarnos. Aceptamos sin regatear acordándonos de los 1.074 bahts que nos cobró el Fary tailandés de la ida. Volamos con Air Asia, que es una low-cost de Asia y el vuelo es una maravilla, ¡1 hora!. Según nos acercamos a Chiang Mai vemos que el paisaje cambia radicalmente y no vemos otra cosa que montañas llenas de vegetación y jungla. Una preciosidad. Y lo mismo al bajar del avión, verde, verde, y verde. Un aeropuerto más pequeño, mejor temperatura, menos caos y tráfico, en fin, como os he dicho un cambio radical. Por 120 bahts nos llevan en taxi privado. El viaje cada vez va a mejor, nos va cambiando el humor y vemos la cosa de otro color, en este caso verde, porque no hay otro color más que ese. Chiang Mai tiene 174.000 habitantes, es decir, como un pueblo grande. Y Bangkok alrededor de 6,5 millones. La diferencia es latente. Llegamos a nuestro hotel, el Raming Lodge, un hotel de 3 estrellas. No es gran cosa, pero es bonito y bien situado.

Raming Lodge, nuestro hotel, no un grupo heavy

Y el trato como en todos los sitios que hemos estado es muy correcto y muy servicial, aunque como no sabemos mucho de inglés y mucho menos de tailandés pues lo mismo nos estaban insultando, pero no tiene pinta. Cama de dos por dos, que está pegada a la pared, y tiene almohadas, que sino no sabemos de que manera dormir. Y señoras y señores como era de esperar en una zona con tanta vegetación y humedad, hacen su aparición los queridos mosquitos que ya nos acompañarán hasta Madrid. A la primera en atacar pese a tener un cuerpo considerablemente de menores proporciones que el mío, es a mi novia. Aunque en honor a la verdad a mi novia ya le sustrajeron sangre tan diminutos insectos mientras se daba el masaje el día anterior en Bangkok. Aunque también puede que fuera algún puñetazo de las masajistas, todo puede ser. Pues las primeras erupciones cutáneas aparecen en sus piernas “me cagüen diez, joder, como pica” y demás juramento. A partir de esa noche comenzamos a embadurnarnos de repelente “RELEC”, que es como si te frotaras todo el cuerpo con toallitas de esas que dan en los restaurantes después de comer marisco. Estamos cerca del Bazar Night, un mercadillo enorme donde puedes encontrar de todo, ropa maletas, souvenirs, telas pintadas a mano, anillos, pulseras, colgantes, etc. En nuestra primera incursión en el Bazar, liquidamos parte de los regalos, y el resto los dejamos para otro día, porque íbamos a estar cuatro. Por la tarde habíamos contratado dos excursiones para los dos días siguientes. Lo hacemos en una agencia, ya que en el hotel nos sale como el triple más caro. Después de las compras pertinentes nos vamos a la cama que mañana viene Pai a buscarnos a las 8:30.


25 de julio de 2010. CHIANG MAI.

Nos levantamos con la sensación de que los simpáticos mosquitos, cual reyes magos, nos han hecho una visita. El desayuno es buffet, se esmeran en ponerte comida occidental pero lo que ponen no es muy acertado la verdad, así que tostada de pan con mermelada de naranja, muy rica, zumo de algo parecido a naranja también, y sandía y piña. Las frutas aquí son espectaculares, sobre todo la piña. Aparece la pequeña Pai con una sonrisa de oreja a oreja preguntando si somos nosotros los que vamos de excursión. “Pues ala, tragaros la tostada que nos vamos”. La excursión de hoy consistía en un baño en unas cascadas, visita al show de los elefantes, treking por la jungla, rafting en canoa de bambú y visiting a la granja de orquideas. Todo ello por 750 bahts cada uno. En la furgoneta vamos una familia de rubios cabellos, una pareja de croatas y nosotros. En la hojita que nos da el guía para rellenar y poner nuestras nacionalidades descubro que los del pelo amarillo son holandeses y ellos descubren que somos españoles: “Oh, Spain”, es entonces cuando me doy la vuelta, le planto una patada en el pecho y le digo: “De parte de Xabi Alonso, ¿algún problema?” Se levanta un pequeño revuelo pero al final la guía y los croatas ponen paz. Llegamos a la granja de elefantes en primera instancia, del baño en las cascadas nada de nada. Nos sentamos a ver el espectáculo de elefantes.

Son bastante más listos que alguno que yo conozco


Nos quedamos embobados mirando todo lo que hacían, pintar, jugar al fútbol (mejor que los holandeses), tocaban la armónica, movían troncos a su antojo, te saludaban…alucinante.

Y son más guapos que alguno que conozco


Al final del espectáculo se acercaban al público y jugaban con la gente, y te podías subir en su trompa. Es totalmente distinto a la trompa que me cogí yo en la boda de mi primo. Luego estuvimos viendo como los bañaban en el río y nos mojaban con chorros de agua.

Son más limpios que alguno que conozco yo

Siguiente atracción: paseo en un carro tirado por bueyes, cosa que no venía en el programa. Montamos en un carro que daba miedo como sonaba aquello, tirado por dos bueyes. A mitad del paseo la mujer que los dirigía, se ofrece para hacernos un par de fotos, que al final fueron tres y con mi cámara, y eso tampoco estaba en el programa. Al final del trayecto nos dejan en un mercadillo donde volvemos a hacer más compras. Lo primero que te sale al encuentro es un niño de unos cinco años intentando vendernos unas pulseritas de colorines. Dan mucha pena la verdad. En un sitio tan turístico como es la granja de elefantes, creo que podrían hacer un esfuerzo e intentar dar una educación a esos niños, construyendo una escuela o algo por el estilo. Terminado el corto paseo por el mercadillo toca otro paseo pero esta vez a lomos de un elefante. ¡¡Qué pasada!! Por lo menos para mí, no tanto para mi novia que se escurría por debajo de la barra de la cesta en la que íbamos y en más de una ocasión estuvo a punto de besar el suelo, y os puedo asegurar de que la caída puede ser interesante. Pero aparte de los pequeños contratiempos que derivan de un paseo en lomos de un elefante, nos gustó a los dos. El paseo era por la selva, cruzando ríos, subiendo y bajando cuestas. Recomendado 100 %. Si alguna vez vais a una granja de elefantes no dudéis en hacer un paseo. Fin del paseo de una media hora. Después de comer tocaba rafting por el río en barcas de bambú. En realidad tocaba treking pero empezó a caer agua a cantaros, como suele pasar de repente, y se tuvo que suspender. Otra experiencia más, bajar por el río en balsa de bambú cayendo agua sin parar.

Rafting en balsa de bambú. Rápidos de infarto.


El balsero saca de debajo de su chubasquero otros dos chubasqueros para las dos parejas que íbamos en la balsa que nos tenemos que echar por encima a modo de capa. No nos sirve de mucho porque ya estábamos empapados cuando subimos. En la balsa íbamos la pareja croata y nosotros. Yo iba ataviado con un bonito sombrero de forma cónica típico tailandés y el resto con un bonito sombrero de ala ancha típico mexicano. A mitad del camino y sin ningún sobresalto más, para de llover y el simpático balsero nos ofrece el remo para remar nosotros, hacernos la foto y descansar él un rato, tío listo. Y así fue que pasamos la pareja croata y yo por el momento remo y le tocó el turno a mi novia. Dos remadas, foto, y…pierde el control de la balsa y en consecuencia el remo que cae al fondo del río. Los intentos del balsero por recuperar el remo, una caña de bambú, son estériles ante los “sorry, sorry” de mi novia y el despelote de los demás. Pero le hizo un favor al balsero ya que con la mano se enganchó a la balsa de los holandeses y llegamos a buen puerto. Llegados a este punto no sabemos cual es la siguiente parada en la excursión y Pai nos propone como parada opcional el Tiger Kingdom, el “Reino del Tiger”. Nosotros aceptamos porque era una de las excursiones que queríamos haber hecho pero nos salía muy cara. El sitio en cuestión es un zoo en el que predominan los tigres, y te dan la opción de entrar en la jaula con los tigres, y dependiendo del tamaño del felino pues cuesta más o menos. Nosotros como somos los más guays entramos en la jaula de los cachorros que en contra de lo que piense la gente era la más cara. ¡Cómo molan!

Jugándonos la vida


Entramos en una jaula con tres cachorros y bajo la supervisión de un cuidador. La única pena era que cachorro estaba dormido y no pudimos jugar con él. Estuvimos jugando con otro que estaba despierto. Nuestro cuidador muy dulcemente, despertó al que estaba con nosotros a base de tirones de cola, arrastrarle por el suelo y cosas así. No paramos de hacernos fotos. Eran como gatitos, con la diferencia de que los gatitos te dan un arañazo y al día siguiente no tienes ninguna marca. En cambio estos como te pillen jugando te hacen un arañazo que te tienen que poner la cara nueva. Por eso antes de entrar te advierten que nada de flashes, nada de cordones y nada de correr que el minino se puede poner nervioso y dejarte la cara como Carmen de Mairena. A la salida nos pasamos a ver el resto de los tigres, jóvenes y adultos, los cuales, coincido en lo que he leído en foros y comenté con los croatas, hay una alta probabilidad de que estén drogados. Están despiertos, pero no se mueven nada. Porque yo me imagino que un animal de estos por muy domesticado que esté se puede cruzar un cable y hacerse un llavero para el coche con la cabeza de un niño. A la salida del recinto nos hicimos una foto con una serpiente pitón que no sabemos si estaba drogada pero se movía y sacaba la lengua.

Pitón Verbenero


De lo poquito gratis que hubo porque los tigres fueron 520 bahts por persona. Sobraba tiempo para cubrir el horario previsto así que nuestra amiga Pai nos llevó a la granja de orquídeas y mariposas. Parada de relleno, porque se tarda poco en ver y es el tiempo justo para volver a Chiang Mai a la hora prevista. La granja por lo menos es más bonita que la que vimos en Bangkok, tiene mucho más colorido, vamos, que se podía ver.

Rosal tailandés


Y en un jardincito contiguo estaba la granja de mariposas más grandes en mi vida, son del tamaño de palomas, bueno, quizá exagere un poco, pero son grandes y si vuelan cerca de ti se agradecía porque con el aleteo de sus alas te daban un airecito…

Mariposón tailandés


En un descanso que tenemos antes de marchar comentamos con los croatas y con los holandeses que la excursión es un timo y que a cada uno nos han cobrado una cosa. Por lo menos nosotros salimos ganando porque somos a los que nos ha salido más barato. Llegamos al hotel con ganas de cama, porque mañana además toca excursión de nuevo. Tras toda la tarde echados la siesta nos levantamos para ir al Sunday Walking Street, un mercado que se pone los domingos y en el que predominan las piezas de artesanía. Por decirlo de alguna manera, tiene más nivel que el Bazar Night, y es mucho más grande. El caudal de gene que por la calle es impresionante, y eso que estamos en temporada baja. Y claro con estos precios, regalo por aquí, regalo por allá…esto me gusta pa mí… Total, que volvemos al hotel que parece que le hemos robado el puesto a alguno de la cantidad de bolsas que llevábamos. Al final te acostumbras a regatear y crees que te lo has llevado por buen precio y realmente el tío ha hecho el agosto con nosotros. Pero bueno, algunas veces sabes que lo podías haber sacado por menos. Por ejemplo algo que estaba a 400 bahts, te lo llevas por 300 y piensas que te lo podías haber llevado por 250, pero creo que uno o dos euros al vendedor le hacen más falta y a mí no me van hacer rico. Tras esta clase de matemáticas y economía totalmente gratuita, nos vamos a nuestro hotel. Dejamos las cosas y nos vamos a cenar. En la calle de nuestro hotel, en 300 metro nos podemos encontrar entorno a 20 ó 25 bares y no os exagero. Y todos son de estética semejante: billar, televisor con fútbol y señorit@s en la puerta que reclaman tu atención. Y todos ellos vacíos o con dos o tres personas que son los que van a lo que van: señores como cangrejillos de 50 años para arriba y rodeados de dos o tres chicas o chicos. Cenamos en el único local donde la chica estaba en la puerta tenía pantalones en vez de minifalda. Muy barato. Dos pizzas, dos refrescos y un postre no llega a los 6 euros. Notamos que los precios en el norte son mucho más baratos que en Bangkok. Nos cubrimos de “rico” repelente para dormir, ponemos a tope el aire para espantar a los mosquitos y apagamos la luz. Mañana toca Chiang Rai, Triángulo Dorado, río Mekong, todo ello a las 7:30 a.m. Terminé el día con la sensación de haber estado en el trabajo. Había estado con elefantes, bueyes, tigres, serpientes y mariposas, justo. Igual que en el trabajo.



26 de julio de 2010. CHIANG MAI-CHIANG RAI.

Sin tiempo para desayunar, aparece el guía, que nos pilla con la mantequilla en el cuchillo, el pan mojando el huevo y la legaña en los ojos. Banana es el nombre d nuestro guía. No es ningún apodo debido a sus atributos sexuales, no, es la traducción de su nombre del tailandés al inglés. Nosotros podríamos haberle llamado señor Plátano, pero quedaba mejor Banana. Ese día solamente íbamos a ser seis personas. Una mujer con dos chicas y un chico y nosotros. Son de las Islas Reunión, que si no recuerdo mal son las primeras personas que conozco de allí y mira que he estado en reuniones. Les digo que nosotros somos de España. “¡Yes, Champiñones of the World Cup of Football!” a lo que la mujer me contesta: “En nuestro país no tenemos gente para hacer un equipo de fútbol. Únicamente tenemos un equipo mixto de dobles de tenis” “Ah, ok”. La excursión de hoy tiene pinta de que va a ser larga. A mitad de camino, Tom, nuestro chófer, que hablaba menos que la Pantera Rosa, para en la primera atracción. Las Hot Springs, las aguas termales.

Cartel en tailandés y aguas termales a chorro


Es una especie de restaurante de carretera pero nada más que lleno de puestos para comprar. Presidiendo el parking central un chorro de agua caliente. Y un poco más al fondo al borde del bosque una fuente cuya agua da a un canal donde puedes meter los pies para, en este caso, calentártelos e ir más jodido a la excursión. Yo únicamente metí el de la mano para comprobar que el agua estaba caliente y el humo no era ningún efecto especial. Estaba caliente, el dedo tuvieron que amputármelo por las quemaduras. Continuamos. Tom va a toda leche con la furgoneta, por el carril contrario, adelantando por cualquier sitio…bueno, Tom y todos.

Que el buda del salpicadero nos guíe


Los tailandeses deben sacarse el carnet de conducir en los coches de choque, porque sino no lo entiendo. Siguiente parada. El templo Blanco.

El templo Blanco. Muy sucio.


Esto es un templo obra de un colega que según entendimos (aprended inglés si no sabéis, es bueno), hizo un templo totalmente blanco por fuera, todavía en construcción, y por dentro hay unas pinturas de lo más variopintas, aparte de su buda, claro. Las pinturas representan el bien que es la familia, el amor, etc y, no lo malo, pero sí lo que no es bueno, y en este apartado tenemos dibujos tales como los personajes de la Guerra de las Galaxias, Superman, Batman, un ordenador, los personajes de Matrix, el móvil, los atentados de las Torres Gemelas, etc. Por dentro es curioso, rozando lo friki.

Concierto a las puertas del templo


Pero por fuera es muy bonito, al ser todo blanco impresiona. Pero a mí lo realmente me impresionó es que a las 11 de la mañana haga 35 grados. A la llegada a la furgoneta Banana y Tom nos ofrecen agua fresca que se agradece. “Gracias, Tom” “…”, esta fue su respuesta. Banana era un tío muy majo, nos fue contando historias y bromas todo el camino y estuvo gracioso. Llegamos al río Mekong.

Cuando se desborda tiembla toda Tailandia


Un río gigantesco con aguas de color tierra y que se bifurca, creando así el Triángulo Dorado, Laos, Myanmar y Tailandia. Llamado así por el opio que se cultivaba en sus laderas. Nos subimos a una barcaza con 30 personas aproximadamente y un guía va contando historias de las que uno buenamente intenta pillar algo, pero malamente.

Aguas cristalinas


Salimos desde suelo tailandés y una vez llegamos a la bifurcación damos la vuelta para ir hacia la orilla del Laos en donde, nuevamente y por enésima vez, nos dejan en un mercadillo. Si en Tailandia las cosas están baratas en Laos era escandaloso. Como buenos españoles que somos volvemos a llenar las bolsas y de vuelta para el barco. En el mercadillo y como reclamo turístico , pudimos ver los distintos tipos de whisky, cobra, armadillo, tortuga pene de tigre y lagarto.


Cobra muerta de cirrosis. Bebe con moderación.

En el mercadillo de los whiskeys nos paramos a mirar polos de Ralph Lauren y Lacoste a 120 bahts sin el descuento del regateo. Nuestro guía el Sr. Plátano, nos comenta que podemos conseguir un descuento de entorno a unos 20 bahts lo cual nos saldría cada polo por 2,5 euros. El cartón de Marlboro 5 euros, y no nos da tiempo a ver más porque tenemos que volver a embarcar. En el camino de vuelta de una orilla a otra el guía del barco, un asiático rellenito y algo amanerado nos explica unas nociones básicas del famoso masaje tailandés y nos anima a repetir lo que él vaya haciendo y de esta manera hacer un poco más ameno el camino de vuelta, porque aunque parezca mentira, el río Mekong tiene la misma anchura que el lo largo del río Manzanares. Desembarcamos de nuevo en suelo tailandés y a la salida del embarcadero cual río Guadalquivir, hay un simpático nativo que te vende tu foto embarcando (ni te das cuenta cuando te la hacen), en un platito muy mono semejante al que te dan de recordatorio en la comunión de tu primo. Echamos cálculos y al final decidimos no comprarla por dos motivos, uno no tenemos espacio en la maleta y dos salimos casi de espaldas. A la hora de la comida nos llevan a un restaurante de carretera con una terracita y unas vistas muy bonitas, el nombre no os lo puedo decir porque estaba en alfabeto tailandés, pero era algo así como Restaurante Hermanos Pérez.

Cableado perfectamente acoplado al paisaje


Volvemos a ponernos en marcha en la furgoneta dirección a la frontera de Myanmar (antigua Birmania), más mercadillos y el único aliciente de que estás cerca de la frontera y la ves pero sin entrar porque te cobran 12 euros. Así que una vueltecilla por el mercado, un refresco y a la furgo camino de vuelta a Chiang Mai. Pero antes hacemos la última parada en el poblado de las mujeres jirafas, la tribu Karen. No es que sean la selección de baloncesto de Tailandia, son unas mujeres que llevan puestos unos aros en el cuello.

Te arruinas si le regalas un jersey de cuello alto


Las teorías son muchas, unas dicen que son para evitar los mordiscos de los tigres, otras dicen que de este modo se afea a las mujeres evitando ser esclavizadas pero ellas dicen que es por tradición.


Yo soy el de la derecha


Mi teoría dice que en parte lo hacen para que el turismo vaya y compren sus productos. La verdad es que la excursión de este día no fue tan fructífera como el día anterior pero bueno, son más cosas que vimos y que vivimos al fin y al cabo. Llegamos rotos del viaje y nos fuimos al hotel a descansar un poco antes de ir a cenar. Esa noche la dedicamos a seguir haciendo compras, que ya que estábamos al lado del Bazar Night pues aprovechábamos. Yo creo que si hubiéramos estado allí dos meses, hubiésemos comprado los dos meses todos los días. ¡Qué vicio, madre!. Esa noche, como el resto, paramos en un puesto a regatear por una tela pintada con colores muy vivos. Después de regatear durante un ratillo, siempre en inglés, la pequeña tailandesa se me desmarca diciéndome: “Ni pa ti, ni pa mí”, entonces tuve que aceptar el precio que me propuso ante tal manejo de nuestra lengua que me dejó impresionado. Tras dejar el puesto, esperaba que el del puesto de al lado reclamara mi atención con un “Eh, pisha, quillo, que tengo cositas buenas pa ti”, pero no.

27 de julio de 2010. CHIANG MAI

Tras dos días seguidos de excursiones, este día iba a ser libre, para ir a nuestra bola. Cogimos un taxi que nos llevaría a Doi Suthep, un templo que se encontraba en una montaña a 1.053 metros de altura (lo he mirado ahora en la Wikipedia), los últimos metros había que subirlos o bien andando por una escalera con 306 escalones o bien por un funicular.

Nos costó pero al final vimos un buda


Las escaleras no era mecánicas y el funicular era eléctrico, así que nos decantamos por este último, ya habría tiempo luego para bajar por las escaleras.

No las vimos y tuvimos que subir en funicular


Según la leyenda el templo fue construido en este lugar, después de que el rey, colocara una reliquia de buda amarrada a la espalda de un elefante blanco y lo dejase vagar en libertad por la selva. Cuando el elefante llegó justamente a este lugar, dio un par de vueltas sobre sí mismo y gritó varias veces antes de morir. Fue uno de los templos en los que más gente vi. En la pequeña plaza que hay al llegar al templo se encuentras varios grupos de música y baile de las tribus autóctonas que van actuando a lo largo del día. Entramos al recinto del templo donde compramos incienso, velas y una flor para hacer una ofrenda al Buda. No sé si hará efecto la ofrenda porque en cuanto la pusimos empezó a llover y se apagó la vela, así que… Desde el mirador se puede admirar la ciudad de Chiang Mai, más grande de lo que parece desde abajo. Dimos una vuelta por el recinto y antes de bajar tocamos una hilera de campanas para que nos diera suerte. Supongo que sería suerte en el trabajo o en el amor, porque lo que es en salud yo acabé deslomado tocando tanta campana. Y ahora sí, bajamos por los 306 escalones con unas barandillas que son los cuerpos de las serpientes que custodian al templo y a todos los que allí se encuentran, aunque no sé yo si aquello se movería si acecha algún peligro. Le pedimos al taxista que nos lleve a Chiang Mai en donde daríamos una vuelta para ver algún templo más, pero por encima, porque ya empezábamos a estar un poco saturados de templos, budas y descalzamientos.

Pues otro templo


Una vez vistos un par de templos más y en vista de que el cielo amenazaba tormenta fuimos a comer. Esta vez tocó pizza en un restaurante regentado por un francés. Y después tuk-tuk al hotel y pensar que haríamos por la noche, algo que no fuera ir al Bazar Night. Y cotilleando entre los papeles que teníamos y la guía descubrimos el Safari Night. Según leímos era un inmenso terreno que había creado el anterior primer ministro con la intención de ser una de las estrellas turísticas de Tailandia, pero parece ser que sólo fue estrella turística comarcal. Era una especie de zoo con un inmenso lago artificial en el medio del complejo en el que nada más de llegar vimos un espectáculo de rayos láser y sonido, entretenido. Seguidamente te suben a un trenecito en el que vas dando un paseo y una chica te va explicando los animales que van apareciendo. Según llegábamos a la zona donde se encontraba el animalito en cuestión, el conductor encendía un foco para iluminarlo. Si era un tigre la guía decía “Tiger. The tiger is very very dangerous. Be careful with your hands and feet”. Y el conductor encendía el foco y el tigre rugía. Al contrario que en otros lugares de este estilo, a la mayoría de los animales se les veía muy activos y en movimiento, era como si les hubieran dado algún psicotrópico. Había animales de todo tipo, tigres, leones, hienas, jirafas, rinocerontes, hipopótamos, etc. Había dos visitas, una en la que veías a los animales inofensivos y otra en la que estaban los animales más fieros. En la primera cuando te querías dar cuenta y el conductor encendía el foco, te encontrabas en el asiento de al lado una cebra comiendo hierba. Sí, sí, estaban por allí suelto e incluso a algunos los podías acariciar, cebras, antílopes, ciervos, etc. Este viaje lo hicimos con dos parejas de americanos con tres niños pequeños. Una de las niñas se emocionaba cada vez que el tío encendía el foco y coreaba el nombre del animalito en cuestión. El segundo viaje fue sobre las 22:00 h. e íbamos solos en el trenecito junto con la guía y el conductor-iluminador. La tía hacía su trabajo y no paraba de hablar para un trenecito de 50 personas aproximadamente con solo dos ocupantes. Ya la dije que apagará el micro y que nos lo contara que la escuchábamos bien, y al del foco le dije que encendiera una linterna para no gastar. A la salida únicamente estaba esperando nuestro taxista y el novio de la del micro que nos miró como si tuviéramos la culpa de su espera. Al hotel y al día siguiente Krabi nos espera.


28 de julio de 2010. CHIANG MAI – KRABI

Quedamos con el taxista que nos llevó el día anterior a Doi Suthep para que pasara a recogernos por el hotel para llevarnos al aeropuerto. El avión salía a las 12:55 y queríamos estar una hora antes para facturar y demás tramites, por lo que le dijimos que pasara a recogernos a las 11:15. Llegó la hora y allí no apareció ni Buda. Eran las 11:25 e íbamos pegados de tiempo así que decidimos coger otro taxi y acordarnos de siete generaciones del que no apareció. Deprisa y corriendo cogimos otro taxi, tan deprisa que se me olvida una mochila en el hotel. “Stop, stop, stop. Come back to the hotel, please”. Mi novia me lanza puñales con los ojos y porque en ese momento nos los tiene a mano físicamente que sino también. Los tailandeses tan serviciales como siempre: Cuando llegamos al hotel allí estaba el buen empleado con una sonrisa de oreja a oreja y la mochila de la mano. Tras el pequeño percance llegamos a las 12:00 al aeropuerto, no íbamos tan mal de tiempo, mi novia se echó un cigarro, yo hacía fotos a turistas, etc. Además mientras que el mostrador de otros vuelos había colas enormes en el nuestro no había nadie: CHIANG MAI-BANGKOK FD5283. 12:25!!!!!!!!!!!!!!!. 12:25, sí, y eran las 12:15. La azafata empezó a jurar en tailandés y a decirme que subiera las maletas a la bascula (o eso la entendí) con los ojos inyectados en sangre. Mi novia fue cuando preguntó a la azafata si sabía de alguna tienda de armas blancas, “white weapons, knifes, etc?”. Se pasó todo el viaje hasta Bangkok preguntando al pasaje si alguien tenía algún objeto cortante o punzante o pistola de descargas eléctricas. Gracias a Buda no encontró nada. Una vez en Bangkok, con el perdón de mi novia, teníamos una escala de 3 horas hasta que saliéramos a Krabi. Hicimos tiempo recogiendo el equipaje y dando un paseo hasta la salida, el aeropuerto Bangkok es enorme. Comimos y facturamos, y esta vez a tiempo. El vuelo a Krabi es corto también, de una hora, ¡¡qué bendición!!. Llegamos al mini-aeropuerto de Krabi, con dos puertas, una para las salidas y otra para las entradas. Según recoges el equipaje eres salvajemente avasallado desde unas ventanillas en las cuales cuatro o cinco tailandesas te gritan para que contrates sus taxis, sus furgonetas o sus autobuses. Nuestro hotel está situado en la zona de Railay, en la playa oeste. La única manera de llegar hasta allí es en barca. El taxi nos lleva hasta el embarcadero desde dónde salen las barcas que nos llevan a la playa donde se encuentra nuestro hotel. El embarcadero está en Ao Nang cerrado. El taxista nos mira y nos dice: “Closed”. A mí me entran los siete males, sudores fríos y canguelo: “And?”. “Hay otro embarcadero en Ao Nam Mao desde el que salen barcas a Railay East y de allí andando hasta Railay West.”, “Pues come on, come on”. El día está saliendo redondo, ¿qué más nos deparará?. Llegamos al embarcadero donde se encuentran cuatro barqueros esperando gente. Si cogemos la barca para nosotros solos son 600 bahts y si esperamos a que venga más gente nos saldrá más barato claro. Esperamos durante media hora a que viniera más gente viendo TeleTai con los barqueros en el muelle. Llegaron una pareja de japoneses y otros dos fulanos y llenamos la barca. Era ya noche cerrada y el camino desde el muelle hasta donde tiene la barca amarrada es un poco largo y oscuro. Yo pensaba que nos iban a salir unos Curros Jiménez tais de la maleza y nos iban a dejar sin equipaje. El trayecto fue de unos 20 minutos. Cuando llegamos a la playa este hay que lanzarse al agua y coger las maletas en alto para no mojarlas. El barquero amablemente te baja solo una de las maletas la de la chica en este caso que es la que más pesa. Era de noche y no se veía el agua, al día siguiente lo vimos y nos alegramos de que fuera de noche porque sino le doy 80 euros al de la barca para que de un rodeo y nos deje en nuestra playa. Era un cenagal aquello. Por fin llegamos a nuestro complejo el Railay Bay Resort & Spa, un complejo enorme lleno de cabañitas entre mucha vegetación.

Verdor, frescor y color. Todo Micolor


Era corto el trayecto, unos 5 minutos andando de este a oeste. Llegamos a la recepción donde en un cartelito dan la bienvenida con nombres y apellidos a los que se van alojar ese día. Allí estaban nuestros nombres: Pitt, Brad and Jolie, Angelina. No me gusta reservar con mi nombre siempre lo hago con pseudónimo. Nos recibe un botones con una bandejita con dos zumos de grosellas y dos toallitas mojadas que nos vienen muy bien después del “maravilloso” día. Nos acompaña a nuestra Privacy Cottage un botones con un carrito llevando nuestro equipaje. La entrada a la cottage se hace a través de un pequeño puentecito de madera que hay sobre un mini estanque con pececitos de colores y plantas.

Vaya jacuzzi...eh?

Está oscuro. ¡Chof! Mi novia desaparece en las profundidades del estanque. “the light, coño, give the light”. Mi novia no ve el puentecillo y se da una hostia considerable con consecuencias en su codo y cadera. Fue poco para lo que podía haber sido. “Are you ok, madame?” “Oui, yes”. Tras las curas pertinentes con Betadine fuimos a cenar al restaurante del hotel. Nos pusieron en una mesita al lado de la playa. Los dos estábamos impacientes por ver cómo sería aquello a la luz del día.


29 de julio de 2010. KRABI (PLAYA RAILAY WEST)

Nos despierta la lluvia, como no. Desde nuestro habitación no se puede ver mucho paisaje pero si se adivina mucha vegetación. Desayuno buffet, bollería, embutidos, cereales, zumos, huevos, etc. No nos decepciona aquello, es precioso.

Había que verme planear hasta el agua desde lo alto


Se levantan unos acantilados enormes y con mucha vegetación a ambos lados de la playa, y a nuestras espaldas la playa este y más vegetación. Todo el recinto esta señalizado con las rutas de emergencia en caso de que hubiera un tsunami por la zona. En el del 2004, en la zona en la que estábamos nosotros, hubo más de 5.000 muertos a causa del tsunami. Se ponían los pelos de punto. Tras mirar al horizonte y asegurarnos de que no venía ninguna ola gigante fuimos hacia la playa este y desde allí hasta la playa Phra Nang una de las más bonitas del mundo según ponía en la Lonely Planet.

..Y escalando


De camino a la playa bordeamos el Rayavadee, uno de los hoteles más lujosos de la zona, 500 euros la noche aproximadamente. Y también de camino, somos abordados por una banda de monos del lugar.

¡Que monada!


Nos observan como te observa el portero de la discoteca cuando llevas zapatillas puestas. Al parecer lo que estos simpáticos animalitos buscan siempre es algo que llevarse al estómago, y como yo soy más grande que sus estómagos no nos hacen nada.



Pero a un chico que merodeaba por allí con un pincho de pollo en la mano y haciéndoles fotos, le quitaron el pincho y una bolsa de plástico donde llevaba otro pincho y no le dieron una paliza pues no sé por qué. Llegamos a la playa y la Lonely no mentía. Una pasada de playa. No encuentro palabras para definirla así que me limitaré a poneros una foto y remitiros al Google para que la veáis. Es una pena porque por mucha cámara buena que lleves la foto nunca plasmara lo que uno ha visto en el lugar. La playa parecía la Puerta del Sol, convivían todo tipo de personas: bañistas, escaladores, vendedores de comida y bebida, tatuadores, masajistas, excursionistas que desembarcaban en la orilla cual piratas, monos, gatos y perros. Esa mañana la dedicamos a tomar el sol y a bañarnos. Mientras hacías esto podías mirar escalar a la gente por allí. La verdad es que podía ir cualquier persona porque las mil y una formas de las paredes daban para cualquier tipo de dificultad de escalada. Yo estaba de vacaciones y lo más que había escalado en mi vida fue una tapia de dos metros cuando tenía 15 años. Hoy en día no podría ni subir un bordillo así que decidí mirar y admirar a los que allí estaban porque suficiente teníamos con los raspones de mi novia. Comimos y a descansar al hotel que todavía teníamos el cuerpo roto del día anterior. Al levantarnos de la siesta miramos alguna excursión que hacer al día siguiente y cogimos la que iba a la islas Phi Phi y para más adelante ya veríamos cual cogíamos. Ese día y el resto de los días de la playa ya cenábamos en el restaurante del hotel. Cenamos unas almejas que no sé cómo nos las hizo el tío pero estaban divinas y la salsa de escándalo. Le pedimos pan al camarero para hacer unos barquitos: “Boy, boy, bring us bread for make little ship”. Menos mal que tenía nociones de inglés que sino…Fijaros si es bueno el inglés que tengo que el resto de los días que estuvimos cenando comimos otras dos veces almejas pero fuimos incapaces de que nos las hicieran igual que el primer día. A dormir. Las islas Phi phi nos esperan, no confundir con Phiphi Estrada.


30 de julio de 2010 – KRABI

Como en todas las excursiones que se precien ya sean en Tailandia o en Burgos, hay que madrugar, así que a las 7:00 arriba. Desayunamos un café con legañas y nos viene a recoger el que sería nuestro guía en esa excursión, su nombre no me acuerdo porque hablaba muy rápido y mi inglés a esas horas como a las 11 de la noche era malo. Subimos en la lancha motora donde nos sentimos observados por el resto de los componentes de la excursión, una ONU en pequeño: dos ingleses, dos franceses, dos japoneses, dos brasileños, dos tunecinos y un esquimal.

700 nudos por lo menos


En un primer momento pensábamos que estaban drogados o algo así pero no, iban dormidos como nosotros. Arranca la lancha con 400 caballos de potencia y el aire se agradece en la cara para despejarnos un poco. Antes de que llegáramos a la primera isla, el guía manda parar al timonel y nos señala al agua para que miráramos. Yo en un primer momento pensé: “La gente, ¡qué cerda es! Como está el mar de bolsas de plástico” Pero no, no eran bolsas de plásticos, ¡¡eran medusas del tamaño de Falete!!.

Tenía miedo de que saltara alguna a bordo


Yo no paraba de hacer fotos porque aquello era un espectáculo. Impresionaba y te daba miedo solo de pensar que pasaría si alguien cae ahí. Nuestro timonel se levanta de su asiento y se dirige a popa, cerca de donde estábamos nosotros, ¡mete la mano en el agua como si fueran langostinos y saca una!, y cual perrito empieza a acariciarla a la vez que nos sonreía.

¡Para comersela!


El guía nos explica que únicamente son venenosos los tentáculos que si se cogen por la cabeza no pasa nada, pero claro hay que tener muy claro por donde se coge y también hay que tenerlos muy bien puestos. El guía nos dice que el timonel es muy valiente y no tiene miedo, pero que una picadura de esas no curada a tiempo es sinónimo de pata de palo, eso en el caso de que te pique en la pierna, si te pica en el brazo, manco y si te pica en la entrepierna pues en mi caso me convierto en la reina de los mares. Llegamos a Bamboo Island, la Isla de Bambú, ya os dije que manejaba el inglés a las mil maravillas.

Está inclinada la foto, no la isla


Arena blanca, paradisíaca. Tenemos la oportunidad de hacer snorkel y ver los miles de pececillos de colores que merodean por sus aguas.

Metí a la gente detrás de los arbustos para la foto


Vemos pocos la verdad, porque el agua se encuentra muy turbia, debido creo yo a las lluvias y no deja ver nada con claridad. Pero un bañito en esa playa y disfrutar del paisaje… por momentos me sentí cual modelo en sesión de fotos que luego sale en el HOLA. Fin de la parada. La excursión continúa entre los colosales acantilados y las aguas cristalinas de las islas. No tenemos ojos y mucho menos objetivo de cámara para abarcar todo lo que estamos viendo. Nos adentramos en una lengua de mar que da la sensación de estar en un lago dentro de una de las islas.

Mejor que en la cárcel, sin duda.


Arriba, abajo, derecha o izquierda, en todos los lados a los que mires encuentras un paisaje precioso. Es en este momento cuando decido comprarme un velero en cuanto me toque la primitiva y que me busquen allí cuando quieran algo. Despierto para salir de aquel circo de acantilados y llegar a “La Playa” donde se rodó la película de Leonardo Di Caprio, el chavalito de Titanic. Por allí no anda Leo, pero es otra pasada de playa. Es igual que el paisaje anterior pero nada más que aquí hay playa, es cuando decido que cuando me compre el velero es allí donde voy a echar el ancla.

"La Playa" de Leo di Caprio, es el quinto por la derecha, sentado.


Una vegetación como la de las películas que si te quedas mirando fijamente seguro que te sale una criatura que te lleva con él y te come. Hora de comer y nos llevan a un restaurante en la Isla Phi Phi. Es la isla con más vida, mercadillos, hoteles, restaurantes, etc. Después de comer nos dejan un par de horitas que aprovechamos para bañarnos en la playa menos bonita que hemos estado, pero que aún así era bonita. Zarpamos hacia el hotel y en el horizonte asoma una tormenta de tres pares de narices. Antes hacemos la última parada que es hacer snorkel en alta mar y con las aguas más cristalinas. Mi novia se enfunda el salvavidas y las gafas. Le hago la foto de rigor y me dispongo a zambullirme yo también cuando veo que mi novia vuelve nadando a la lancha como si hubiera visto a Ana Obregón posando en la orilla. No, era una de nuestras amigas las medusas. En vista de eso, el menda se enfunda de nuevo la camiseta y continúa haciendo fotos al paisaje, mientra mi novia toma aire. Decidimos hacer el camino de vuelta al hotel en proa que es donde más da el aire y se sienten los botes de la lancha. Al par de minutos de camino, el guía nos dice a la mujer francesa y a nosotros que si no queremos entrar dentro, le decimos que no, que vamos bien. Insiste y nos pregunta si estamos seguros. Que sí, que sí, que no pasa nada. El guía bien sabía porque nos lo preguntaba. Allí empezó a llover que parecía que el mar se juntaba con el cielo. Las gotas me exfoliaban la cara. Por un momento me asusté porque no veía a mi novia que venía sentada a mi lado, pero me di cuenta de que se había envuelto en la toalla y que iba descojonada. La mujer francesa de unos 60 años aguantaba también cual momia envuelta en dos toallas y unas gafas de sol. Yo era el único que no tenía nada, solo el flequillo me tapaba un poco de frente. El guía volvió a preguntarnos si no queríamos entrar dentro. A mí ya me daba igual, estaba calado hasta por debajo de las uñas. La cosa cambió cuando el guía nos da los salvavidas por si acaso. Yo ya no veía nada. El guía se mete para adentro y sale con unas gafas de buceo puestas para el agua y me dice que es Jack Sparrow (Piratas del Caribe), y yo su hermano. Nos da la risa a los dos, nos daba igual todo. Yo ya no sé si me mojan las olas, la lluvia, o si me estaban escupiendo o si me estaban meando. Mi novia no aguanta y se mete para adentro, donde luego me confesó que iban todos igual de calados y se lo iban pasando peor. Mi novia se mete para adentro y se lleva la toalla que algo me arropaba, pero ya me daba igual también. Le pregunto al guía por la mujer francesa “Is she alive?”, el guía tailandés se descojona. Parece que íbamos borrachos. Llegamos a nuestra playa diluviando pero la gente se encuentra bañándose. El guía se despide de nosotros y dice que ha sido un placer navegar junto a nosotros. Una experiencia la verdad. La mujer francesa levanta la mano a modo de despedida, ¡¡¡está viva!!!. Caemos rotos en la cama después de secarnos. No pararía ya en todo el día hasta la noche. Intentamos de nuevo pedir las almejas pero no tenemos suerte y nos las hacen simplemente cocidas, buenas pero no exquisitas. Y de postre, voy a experimentar y me pido un Kluay Buat Chii, sin saber lo que era y acierto. En un bol leche caliente de coco con trozos de plátano. Buenísimo, pero empalagoso a más no poder, yo solo me tomé 3 boles.


31 de julio de 2010. KRABI.

Hoy hemos decidido tomarnos unas vacaciones y no movernos de la playa, la piscina, la tumbona y el bar. Así que no sé que os puedo contar de este día. El agua de la piscina está divina y la de la playa igual. Durante todo el día nos hinchábamos a batidos de frutas.

Buda hizo que parara la lluvia para yo hartarme de fotos de la puesta de sol


Mi novia se hizo fan del de piña y yo me hice fan de la carta de zumos, probé todos. Ese día también me dediqué a hacer fotos a la puesta de sol, que no sé si sería porque había alguna que otra nube, pero me decepcionó un poco. Rompiendo una lanza a favor de nuestro país, he de decir que en Cádiz las he visto mejores. Y por añadir algo más decir que en una visita a la habitación por necesidades, a la salida me encontré con un señor lagarto que solo le faltó saludarme, un bicho de medio metro en el caminito que llevaba a nuestra habitación, menos mal que se asustó y se escondió entre la maleza que si me llega hacer cara empiezo a gritar tsunami, tsunami.

Piscina, playa, tumbona, zumitos...solo faltan los tunos tocando

1 de agosto de 2010. KRABI.

Parecido al día anterior, con la diferencia de que fuimos al pueblo de Ao Nang a comer y a cambiar algo de dinero que nos lo estábamos gastando todo en zumos. Ao Nang es un pequeño turístico de la costa, lleno de tiendas de souvenirs y restaurantes. Aquel día debió ser uno de los más calurosos de los días de playa. Recuerdo que comimos en un italiano y el hombre tuvo que pasar la fregona 7 veces de lo que sudábamos. Estuvimos media hora escasa en la playa de Ao Nang, una playa que no era de piedras ni de arena sino de trocitos de conchas que se te clavaban todos en los pies y tomabas el sol con los pies sangrando, no exagero nada. Compramos el ticket para la barca que nos llevaría de vuelta y esperamos a llenar la barca. Cuando ya fuimos las ocho personas que requiere el protocolo de la lancha, nos trasladaron en una pick-up hasta el muelle. Era de los pocos vehículos en los que me faltaba por montar en este viaje: taxi-tai, tuc-tuc, barco, lancha motora, barca de proa larga, elefante, carro de bueyes…Ya en nuestro hotel, a repetir la escena del día anterior. Piscina, tumbona, zumo…pero esta vez con un nuevo elemento, que era lo único que me faltaba, el jacuzzi exterior de nuestra cabaña. Allí que me puse yo cual multimillonario ruso a darme un bañito en el jacuzzi, solo me faltaban los dorados en el cuello. No teníamos intención pero ya que nos quedaban un par de días en la playa cogimos una excursión a Hong Island. Y ahora viene mi chiste: Isla en tai se dice Ko, así que esta isla en tai era Ko Hong que se pronuncia Co-jon. A ver qué tal esta.



2 de agosto de 2010. KRABI.
8:00 de la mañana. Suena el teléfono en la habitación 8006 mientras en la selva caen chuzos de punta. Tras una larga parrafada del recepcionista y coger al vuelo las palabras “trip” y “cancelled”, le repito al hombre: “trip is cancelled?”, a lo cual me dice: “yes”. Mi novia con voz de 8 de la mañana me dice: “qmume tme hma dmicmhmo?”, “pues que el trip es cancelled, así que a dormir un ratito más”. Y el día de hoy si que fue de cama, tumbona, playa, piscina y zumo. Pero era nuestra última cena allí y probamos suerte a ver si nos hacían las almejas a nuestro gusto. Allá vamos. “Boiled?, cooking?, with vegetables?” Cinco camareros mirándonos intentando adivinar como nos habían hecho las almejas el primer día, hasta que uno parece decir “Sí, coño, ya sé como dice, iros pa la mesa que ahora te las llevo” Nos vamos tranquilos creyendo que nos han entendido y que por fin comeremos almejas como el primer día. Pero no. Nos llega una sopa de limón con almejas, coliflor, brócoli y cebolla, o algo así. Pedimos una pizza. Última noche en la playa.



3 de agosto de 2010. KRABI-BANGKOK.



Últimas horas en la playa. Nuestro vuelo sale a las 19:25. El plan es intentar tostarnos un poquito más, comer, lancha hasta Ao Nang y taxi hasta el aeropuerto. De los mejores días que amanece en la playa, soleado. Desayunamos y como podemos le decimos a nuestra amiga la recepcionista que le vamos a encalomar el equipaje hasta la hora de irnos, ¿entendido?, nos dice que no hay problema. Una vez dejados los equipajes en el cuarto oscuro de la recepción volvemos a la playa de Phra Nang para hacer algunos fotos más a la playa y a los monos.

Con el que mejor nos entendimos


El nombre de la playa viene dado por una leyenda. La leyenda dice que una princesa del mar, llamada Phra Nang, habitó entre la selva y las murallas rocosas de estas tierras. Según cuentan los nativos, al morir dejo su espíritu unido a la tierra y se aloja en una cueva que socava la montaña más alta. En ella los pescadores han construido un bello altar donde depositan incienso, velas, comida… para que les conceda la deseada felicidad y lo rodean con enormes falos de madera esperando que la soberana obre el milagro de la fertilidad. Y allí estaba el altar lleno de pitos y pililas de madera dejados por los pescadores. No sé de qué dependerá que tengan más o menos pesca, de lo duro, de lo ancho, de lo largo, del color….no sé, pero los había de todas las formas y de todos los colores. El sitio era la polla (chiste fácil). Ese día no pudimos hacer fotos a los monos porque no había y únicamente pudimos hacer fotos a uno pequeñito que tenían allí atado a un árbol el pobre. Volvimos a la piscina de nuestro hotel para hacer tiempo antes de marchar.


Piscina secundaria, el agua era menos azul.


Fuimos de ilegales, puesto que ya habíamos hecho el check-out y oficialmente no éramos miembros ya del Railay Bay Resort & Spa. Pero bueno nos gusta vivir en el filo de la navaja. Posiblemente fuera el día más soleado de los que estuvimos en la playa y mi novia aprovechaba para ponerse vuelta y vuelta en la tumbona. Yo soy más de sombrita, de piscinita y de zumito. Si el sol quemara grasas entonces puede que me animara. Ese último día también fue cuando vimos a una familia española y comiendo teníamos al lado otra pareja de españoles. Los únicos que vimos en toda la estancia en la playa. Creemos que como empezaba agosto la gente cogía más vacaciones. Comimos tranquilamente viendo como los camareros daban plátanos a las ardillas que merodeaban por el restaurante. Era la hora y fuimos a recoger el equipaje que muy amablemente nos llevaron en carrito hasta donde salían las barcas.

"Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir..."


Una vez allí como siempre tuvimos que esperar a más gente para llenar la barca. Ya llenada la barca zarpamos. Sol y un ligero viento. El viento empieza a ser cada vez más fuerte haciendo que alguna que otra gota nos salpique. Risas entre los viajeros. Se nubla y el viento crece en intensidad. Las gotas se convierten en olas enteras entrando a la barca. El mar se revuelve cada vez más. Vamos directos a la tormenta.

Vino a por nosotros. Sabía que nos ibamos y nos quería retener


Los viajeros ya no ríen, se descojonan pero también un poco fruto del miedo. Se juntan el mar y el cielo, nos quedan 200 metros para llegar pero la barca en vez de ir hacia delante el oleaje la echa para atrás. Al fin llegamos a la orilla y uno de los que venían con nosotros con pinta de marine americano, nos ayuda con las maletas como si fueran de papel de fumar. Allí no paraba de llover y todavía teníamos que coger un taxi y llegar al aeropuerto. Subimos al taxi empapados mientras el taxista nos miraba como diciendo: “Me cagoentó, recien lavado para que ahora lleguen estos dos y me lo pongan perdido”. Una vez llegamos al aeropuerto vamos directos a la toilette a cambiarnos de ropa. Mi novia juraba en tailandés porque nunca conseguiría llevar el pelo seco. Nos da mucha pena dejar la playa, pero más pereza nos da saber que volvemos a Bangkok, el cambio va a ser brutal, pero no nos queda otro remedio. Aterrizamos en Bangkok de noche ya. Otra vez el bofetón de calor y humedad nos vuelve a golpear. Vamos a la planta del aeropuerto donde dejan los taxistas a la gente en vez de donde la recogen. No es lo correcto pero entre que nos gusta vivir fuera de la ley y es más fácil negociar con el taxista de turno, lo cogemos allí. Los taxistas no pueden recoger gente porque la policía no se lo permite, de hecho están todo el rato pasando con el coche diciendo que no se paren y que continúen. En nuestro caso cuando aún nos quedaban 30 metros para llegar a donde dejaban a los pasajeros, veo como un taxista viene corriendo hacia mí, me arrebata las maletas del carrito y se las mete en el taxi sin mediar palabra. Yo alucino. Dejo el carrito tirado en medio de la carretera y nos metemos en el taxi. Por unos momentos me sentí James Bond y pensé que nos ametrallarían según saliéramos del aeropuerto. Y todo sin saber donde vamos y sin saber lo que le vamos a pagar. Estuve a punto de aprovechar la circunstancia y decirle “Llévenos a Madrid y le voy a pagar 20 euros”, pero no me atreví. Dimos con el taxista que no sabía inglés así que nos costó llegar al hotel. Volvíamos al mismo hotel que estuvimos nada más llegar, el I Residence Silom. Nos comunican en recepción que al no haber la habitación que habíamos reservado que nos tendrían que dar una de categoría superior, una deluxe, como el chesseburger deluxe, igual. La habitación era más grande que la anterior sí, pero al querer darle un toque misterioso y cool, tenía menos luz y nos pasamos media noche buscando más interruptores o más bombillas, pero eran las que eran y no había más. Tenía plato de ducha y bañera. En el plato de ducha no salía agua. Y cuando te duchabas en la bañera dejabas con dos palmos de agua el baño. Así que se podían haber ahorrado el deluxe. No tenemos ganas ni de ir a cenar, así que bajo a por un Double Big Mac y unos ricos McNuggets para mi novia y nos lo comemos en la deluxe. Y a dormir porque mañana toca patear porque a las 11 de la mañana tenemos el check-out y hasta las 2 de la madrugada no sale el avión, así que tenemos un día entero para disfrutar de ese remanso de paz y tranquilidad llamado Bangkok.


4 de agosto de 2010.BANGKOK.

No sé ni cómo ni por qué no tenemos el desayuno incluido ese día. Bueno, sí sé el por qué, porque no la reservé así. Así por primera vez en los 13 días tendremos que buscarnos el desayuno en la calle. Y no en cualquier calle, no. En una calle de Bangkok. Vamos al McCafé del McDonalds, pero la bollería no nos convence así que vamos en busca de algo más suculento y encontramos una especie de Dunkin Donuts, tienen buena pinta pero no tienen café, se les ha estropeado la máquina, vaya por Dios!!!. Nos tomamos unos donuts por 50 céntimos cada uno y el café nos lo tomamos en el McCafé. Cogemos un taxi para que nos llevara al mercado de Pratunam. El mercado de Pratunam es semejante a otros que pueda haber en Bangkok, lo único que lo distingue es que en su mayor parte es de ropa, ¡pero qué ropa!. Yo pensé que en cualquier momento aparecía por allí los Alcantara de “Cuéntame” comprando algo. Unas blusas con unos estampados, unos pijamas, una ropa interior, unos vestidos de fiesta, unos vaqueros… madre mía. El mercado estaba metido en una especie de nave inmensa con techos de uralita, que allí habría 64 grados. Era muy fácil perderse, ya que los locales están muy juntos y muy revueltos, pero sobre todo porque hay decenas de locales que venden género muy parecido y no sabía si habías pasado por allí ya o las blusas las habías visto en una película de Esteso y Pajares…era complicado. Eso era por dentro, porque luego las aceras que rodeaban la nave estaban llenas de puestos pues con lo que habíamos visto hasta entonces, camisetas, bolsos, bermudas, relojes, imanes, dentaduras, etc. Curiosamente fue el día que más compramos, aparte de porque aún nos quedaban regalos por comprar, porque veíamos que teníamos muchos bahts y teníamos que gastarlos y como también nos dimos cuenta de que compras para nosotros habíamos hecho pocas decidimos comprar algo para nuestro beneficio. Todavía nos quedaba día por delante hasta que saliera nuestro avión, así que teníamos que ingeniárnoslas para ocupar tiempo. Tuk-Tuk al MBK, los grandes almacenes.

MBK (Me Boy a Kasa)


Llegamos al MBK y lo nunca visto por nosotros, teníamos que pasar por unos arcos de seguridad. La primera impresión que nos dio fue la de otros grandes almacenes en España, pero a medida que nos vamos adentrando en él, descubrimos que es inmenso. Siete plantas. Vamos buscando directamente algún lugar para comer. Nos cuesta porque la mayoría de los sitios es de cocina tai y nuestro matrimonio con dicha cocina fue peor que el de Dinio con Marujita, así que tras intentar ver algo que nos gustara nos fuimos a por las hamburguesas que nos estaban esperando. Después de comer nos dispusimos a dar una vuelta por el MBK. Aquello era un mercadillo inmenso, eran los mismos puestos de la calle pero metidos en un edificio, exceptuando alguna que otra tienda o de muebles o electrodomésticos, el resto eran puestos a lo bestia en los cuales podías regatear, cosa impensable en un ZARA aquí. Pero aún así, seguimos comprando, había que agotar los bahts. Mientras en la calle había empezado a llover con ganas. Para seguir haciendo tiempo y ya saturados de MBK, decidimos irnos ha hacer un masaje cerquita del hotel, cenar por allí y luego irnos a por el equipaje. Cogimos el skytrain ya que ni los taxistas ni los tuktukeros nos querían llevar porque por la lluvia el tráfico estaba imposible e íbamos a tardar una eternidad. ¡Qué majos!, por lo menos te lo dicen. Es aquí en Madrid y el taxista además de pillar tráfico por el centro de Madrid te da una vuelta para que veas El Escorial y te cobra 120 euros. Encontramos un local bastante curioso y lado de un especie de recinto donde había tiendas y restaurantes, simulando un pequeño pueblecito, no recuerdo si se llamaba Silom Village. Nos dimos un masaje tai por 280 bahts, unos 7 euros durante una hora. Si recordamos el primer masaje que nos dimos, veremos que fue una tortura, pues este fue como si me saltaran en la espalda Falete y Paquirrín a la vez. ¡Y encima la tía se reía! ¡Qué manera de apretar, de estirar, de aplastar, de…todo! Se pensaba que era un peluche o algo por el estilo porque sino no lo entiendo. Si en ese momento me pregunta quien mato a Kennedy, le digo que yo solo y con un tirachinas si hace falta. Yo ya a esas alturas lo único que pensaba era en el maravilloso viaje de 11 horas que se me venía encima. Después de dejarme como un gusiluz nos sentamos en un restaurante que había a unos metros de donde nos habíamos dado el masaje. Mi chica estaba de antojo y quería mariscos y allí había, así que pedimos un variado con gambas, cangrejo, y alguna cosa más que no recuerdo y ella pidió unas ostras aparte. Unas ostras que eran como las medusas que vimos en la playa, enormes. Yo aún sigo pensando que mi novia se comió una medusa en vez de una ostra. Terminamos nuestra última cena en Bangkok y en Tailandia y nos vamos al hotel a por el equipaje. Allí nos piden un taxi camino al aeropuerto. Tras regatear con el taxista el precio de la carrera se nos queda en 450 que eran 50 bahts más de lo que nos habían cobrado la última vez. Aquí fue donde descubrí que tras 13 días por Tailandia algo de tailandés había aprendido, pues el taxista que no sabía ingles me escribió en la palma de su mano 450 y entendí que quería que le pagáramos 450. Me emocioné. También descubrí que los taxistas son jetas en todo el mundo. Tras negociar los 450 bahts por la carrera al aeropuerto el hombre no apagó el taxímetro y cuando llegamos al aeropuerto marcaba 280. ¿Qué pasa? Que si le dices que te ponga el taxímetro te dará las vueltas que hagan falta para que llegue a 500. Pero bueno, en todos los lados cuecen habas, pero como las de mi madre ningunas.


5 de agosto de 2010. AEROPUERTO DE BANGKOK-MADRID.

Llegamos 2 horas antes al aeropuerto, retractilamos las maletas, facturamos y a dar vueltas por el aeropuerto hasta las 2:30 a.m. que salía el maravilloso vuelo de las Chinas Airlines. Medito si le digo a mi novia que voy a comprarme un tuk-tuk y me quedo allí. Con tal de evitar las 11 horas de vuelo, cualquier cosa. Me convence mi novia de que el vuelo será más cómodo que en tuk-tuk, ¿y un taxi?. Al final subo al avión. Espero dormir más que a la ida por las horas que son. ¡Qué alegría!, hay 3 centímetros más de separación entre los asientos, lo que me permite estirar mis piernas y llegar a dormir hasta 4 horas seguidas y hacer el viaje hasta Amsterdam más corto. Llegamos a Amsterdam, hacemos la escala de rigor y embarcamos para Madrid, y como no, salimos tarde gracias a nuestros maravillosos controladores españoles. Octavo y último avión que cogemos. Y octavo y último aterrizaje. No me lo creo, carteles en español y gente hablando en español.

Y este ha sido el viaje, el que he intentado contar, a mi manera pero contarlo y dejarlo escrito para que se me olvide lo menos posible por si vuelvo algún otro día. Muchas ganas de ver a la familia y a los amigos para enseñarles todas las fotos que hemos hecho, contar todas las experiencias que hemos vivido, todo lo que hemos visto… Contarles todo. Desde que llegué a Bangkok hasta que aterricé en Madrid, pasando por todos los sitios en los que estuvimos, iba pensando lo privilegiados que éramos y en la suerte que teníamos de haber podido hacer un viaje así. Nos sentimos más privilegiados incluso después de haber visto que hay sitios en que viven en la más absoluta pobreza y aún así tienen una sonrisa para regalarte, y que son capaces de vivir al día con lo que tú les des como propina. Confieso que al principio del todo cuando me dijo mi novia de ir a Tailandia no estaba muy ilusionado, pero gracias a todo lo que iba leyendo y sobre todo después de ver todo lo que he visto estoy muy contento de haber hecho este viaje que recomiendo a todo el mundo. Y sobre todo contento de haberlo hecho con la persona que quiero y que me ha dado el empujón necesario para hacerlo. Gracias por haberme “llevado” hasta allí. Y como siempre me pasa cada vez que vengo de un viaje, un poco triste por no poder contar a mi padre todo lo que he visto y he hecho, aunque seguro que él me habrá visto ya.

Espero os haya gustado.

Un saludo.

Víctor.




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